Hace
tiempo le pregunté a una persona si era feliz, pero nunca me he hecho esa
pregunta y creo que ha llegado la hora. ¿Soy feliz? No. No soy feliz. ¿Por qué
no soy feliz? Porque estoy cansada. Estoy cansada de la ciudad en la que vivo y
de tener que coger todos los viernes y domingos un autobús que, después de una
hora, me dejará en mi destino. Estoy cansada de mis estudios, de entrar todos
los días a las ocho de la mañana y salir a las tres para luego llegar a casa y
darme cuenta que no he aprendido nada. Estoy cansada de no tener motivaciones
ni aspiraciones. Estoy cansada de estar sola y de no tener amigos y si aún me
queda alguno, estoy harta de que solo me quieran para lo que ellos necesiten.
Cansada de que cada día surjan más problemas sin solución y de ver cómo me hago
mayor y nada cambia. ¿Me va a perseguir este tormento toda la vida?
Pero
de lo que más cansada estoy es de mí. Estoy cansada de mi personalidad, de mi
cuerpo y de mi forma de ser. Estoy cansada de estar enfadada las veinticuatro
horas del día sin motivo alguno y de pagarlo con los que menos culpa tienen. Lo
siento papá y mamá. Estoy cansada de ser tímida y de no ser capaz de expresar
lo que siento porque no me salen las palabras. A veces pienso que mi vida ya no
tiene ningún sentido, pero tampoco quiero desaparecer. Me gusta ser diferente,
pero a la gente parece que no. Estoy cansada de fingir ser alguien que no soy y
de que lo que más me importe sea lo que los demás pienses u opinen de mí. Y,
sobre todo, estoy cansada de intentar cambiar, pero nunca conseguirlo. Necesito
liberarme de las cosas que me atan, pero ¿cómo lo hago? ¿Cómo puedo empezar a
ser feliz? Si alguien conoce el secreto suplico que me lo diga porque ya no
puedo más. Creo que ha llegado la hora de que yo también sea feliz. Voy a secar
las lágrimas que caen por mi rostro mientras escribo este texto y a pensar que
aún me queda otra oportunidad.
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